Por amor al arte

Entre abrazos culturales y presupuestos precarios, el arte nacional busca defenderse ante los constantes ataques de la nueva administración del gobierno argentino. Frente a esto, ciertos disparadores críticos surgen en medio de las luchas. Este texto está enfocado en la búsqueda de las raíces del ataque a un sector que siempre tuvo que defenderse cuando los movimientos inquisidores tomaron el poder, es importante reflexionar sobre las formas en las que el colectivo artístico se planta ante una comunidad que parece darle la espalda.

¿Cómo se defiende el arte? Parece crucial responder esta pregunta para entender las luchas políticas actuales, pero en el fondo se esconde una complejidad abrumadora. La comunidad artística busca defender su lugar en un país que ha decidido dar un cambio de rumbo drástico en relación a ciertos significantes culturales que se habían considerado consensuados una década atrás. Algunos sectores culturales han entendido que la lucha debe darse en dos sentidos: por un lado, defender lo que hoy existe, cómo una reivindicación ideológica crucial y, en otro sentido, explicar por qué (incluso inmersos en la lógica del enemigo) el arte sirve para algo, tiene valor. Creo que ambos enfoques yerran y que la salida es un terreno áspero y poco cómodo, pero necesario.

Tomaré como ejemplo el último ataque político al arte: los recortes al INCAA. El gobierno de Javier Milei busca cerrar el INCAA por considerarlo deficitario, entre otras cosas. Esta acusación genera una reacción lógica: argumentar que no lo es. Sin embargo, como defensa al entramado cultural, no creo que sea la mejor opción, sobre todo porque queda claro que en realidad a ningún mileiísta le importa que INCAA sea, o no, deficitario. Nombrar el déficit funciona como una excusa y nada más que eso, no es el fundamento de las razones por las que se busca limpiar al arte del terreno del estado, sino más bien una forma de suavizar ante los medios algo que puede resultar muy brutal para decir (si, incluso para ellos). Al gobierno no le importa cerrar el INCAA en pos de girar esos fondos para paliar el hambre de los nenes de Chaco, el cierre del INCAA responde a la pura ideología que sostiene el liberalismo individualista del momento.
Que las películas argentinas ganen premios no evitará que los libertarios sigan desprestigiando al cine nacional, la discusión de fondo es ideológica, no pragmática. El cine argentino se muestra cómo un producto necesariamente inferior para la ideología liberal pro yankee. Si nos detenemos a analizar esto, podemos notar que el desprecio funciona, al menos, en dos dimensiones: en primera instancia, el cine argentino es un producto nacional, algo que ellos consideran inferior frente a los productos plásticos estadounidenses, necesariamente lo argentino se encuentra en un escalafón inferior a prácticamente todo lo foráneo; en segundo término, el vínculo estatal tiñe de colores demoníacos a cualquier producción que surja de entidades vinculadas a la casta política. En la religión libertaria, todo lo que haya pasado por las garras del estado está contaminado con el germen colectivista. Podemos mostrarles mil películas taquilleras producidas gracias a INCAA a los ojos negadores de la militancia y dirigencia libertaria, con esto solo lograremos reforzar la imagen negativa que ese sector de la política vislumbra en dicha institución. Nunca vamos a convencerlos del valor de algo mostrándoles logros de aquello que odian.

Todo está profundamente ideologizado, todo este engranaje está destinado a profundizarse hasta que no quede ni el más mínimo rastro de resistencia cultural, por eso, defender al arte desde la perspectiva de su valor/utilidad corre el mismo riesgo. En este sentido, debemos pensar de qué modo articula sus significados la ideología operante, o sea: que se piensa cuando se piensa en el valor o utilidad de algo. Ambas expresiones se vinculan necesariamente con el mercado, cuándo se habla del valor de una película producida por el INCAA, caemos en las redes de un estado que entiende eso en términos de cuánto recauda dicho film. Aunque pretendamos explicar que se hace referencia al valor cultural o simbólico, la linealidad de interpretación actual se presenta cómo un mecanismo ideológico que se devora otras significaciones posibles. De igual forma, cuando buscamos hablar de la utilidad de un film, aunque pensemos que estamos defendiendo y mostrando por qué es útil a fines pedagógicos, estéticos o sociales, en realidad lo que se nos pide explicar es por qué es útil al mercado, pasa siempre lo mismo. Es como si estuviésemos en sintonías totalmente diferidas o rotas. Esto pasa porque efectivamente lo estamos, las distancias parecen insalvables (al menos por el momento).
Todo esto deriva en el núcleo discursivo de esta problemática: ¿para qué sirve el arte? Ahora nos adentramos a una discusión compleja e inacabada, quizá con respuestas inalcanzables. Sin embargo, para no repetir más de lo mismo, podemos entender que el arte que tenga algún vínculo con el estado “no sirve” para el actual movimiento liberal argentino, incluso aunque logremos mostrar que ciertas películas son un éxito en ventas, su vínculo con lo estatal atenta contra la visión de mundo que su espectro ideológico les ofrece. Por eso, la defensa tiene que ir por nuevas vías. Defender el arte, en este contexto, no puede caer en replicar las lógicas mercantiles intentando explicar por qué el cine es rentable. Esto último es inútil, pero también responde a una imagen del mundo donde el arte no tiene prácticamente cabida y donde el valor de algo se expresa en su capacidad de venta. La defensa del arte debe plantearse como una defensa de lo humano, de un reservorio donde el mercado no debe ni puede ser el amo y señor de todas las acciones. Esto no es caer en una visión setentista del hippismo contracultural, sino más bien entender que es necesario negarle a las lógicas del mercado el avasallamiento sobre el producto artístico. Es la batalla contra la ideología liberal depredadora que se imprime hoy en la cultura exige salirse de defensas individualistas y mercantiles. De no ser así, caemos en la dialéctica de quiénes quieren abolir lo que buscamos defender, pero no porque no responde como debería, sino porque existe. Al mileiísmo no se lo va a convencer con buenos números de venta, al mileiísmo no se lo va a convencer con nada, porque ideológicamente el arte es una inutilidad en sí misma y, frente a eso, quizás lo único que se puede hacer es combatir ese espectro ideológico con uno propio (la construcción de uno nacional sería lo ideal en estos casos, hoy esta salida parece estar inexplorada y lejana). Algo fundamental para combatirlo es no compartir sus análisis, buscar hacia adentro y dejar de pedirle perdón por existir al capital, defender criterios que salgan de la burbuja liberal.
Dar respuestas acabadas en este texto sería demasiado optimista, pero es importante incitar a la crítica, buscar salidas alternativas que no caigan en los lugares comunes de siempre. Pero además es fundamental que la crítica salga de la repulsiva destrucción y se vuelque a sus formas propositivas, constructivas. En una sociedad bastante girada hacia el liberalismo individual, el arte puede buscar ser una reivindicación de un colectivo que rompe con las lógicas mercantiles que lo saturan todo, una vía de escape al realismo capitalista, o al menos de resistencia y reservorio espiritual.

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