Sentio nocens de philosophando
Hace días, en la red social X, se debate sobre el valor del conocimiento humanístico o social en el claustro universitario. Esto no surge a raíz del like del presidente Javier Milei a un posteo que propone cerrarlas por inútiles, sino que se potencia por ello. Es decir, el debate estaba ya instalado aunque la academia hiciera oídos sordos a sus detractores. Hace tiempo que en ciertos sectores, más o menos académicos, el debate político está flotando esperando a ser tomado en serio.
Como estudiante de filosofía próximo a graduarme, y habiendo escrito ya algunas cosas sobre el tema, me es imposible no desarrollar algunas pequeñas tesis al respecto. Todo esto se da de forma tardía, ya que la academia le cedió el terreno a las redes y ahora se espanta porque estas les devuelven su odio, la comodidad de prácticas sin reflexión de por medio llego a su fin. Hoy no se puede escapar a la necesidad de defender lo que hacemos y/o estudiamos.
En torno a la filosofía, como carrera universitaria, creo que pocas cosas son más erradas que intentar defenderla asumiendo que "es la madre de todas las ciencias", menos aún recurriendo a su "utilidad". Las respuestas están en otros pagos y no las vemos porque hace mucho tiempo que no hacía falta defendernos de verdad. El debate que se da sobre ciertas carreras y su universalidad/gratuidad dentro del sistema educativo nacional es necesario, llega en el peor momento porque todos miramos para otro lado durante demasiado tiempo. Un filósofo de la ciencia llamado Otto Neurath, elaboró la idea de una ciencia unificada, en este marco, gran parte del "por qué" de la existencia de un área de conocimiento es, literalmente, "su utilidad a los fines del pueblo, a mejorar la vida de los obreros". Esto lo dijo un austromarxista, no un facho.
En el esquema ideológico-epistemológico de la época, el liberal, la filosofía estaba justificada en pos de su importancia en relación con la ciencia. La epistemología, historia, economía y un par de ramas más hacían uso de sus análisis, encontrando en ella los marcos teóricos necesarios para avanzar hacia un horizonte más o menos identificado (el progreso humano, supongamos). Sin embargo, cuando la posmodernidad y el relativismo arribaron a la escena intelectual mundial, todo este engranaje fue descartado mientras se lo acusaba de positivismo, logicismo y cientificismo. En términos filosóficos se podría decir que los continentales le ganaron la pulseada a los analíticos, victoria más que merecida.
El problema no fue lo que se descartó por malo, anticuado o reduccionista, sino lo que vino a reemplazar todo eso. Lo que quedó es una filosofía que asumió que esos temas eran viejos y obsoletos, y que el giro postestructuralista era lo nuevo y a lo que había que apostar. Se lo hizo en todas las áreas, de Frankfurt en adelante todo intento de salirse de eso se tildó de analítico o positivista. Ahora bien, lo que los filósofos descubrieron con el paso del tiempo es que servir al pueblo no implica decirle lo que necesita, sino más bien escuchar sus exigencias. En sus nubes de grandeza los intelectuales apilaron deconstrucciones, reformulaciones, simbolismos e interpretaciones. Esto duró mientras el pueblo vivió más o menos estabilizado en medio de pequeñas crisis económicas. El mundo fue acumulando bronca tras bronca en la imagen de revoluciones fallidas mientras eran acusados de fachos, tibios, machistas y demás epítetos por gentes letradas, burguesas y lectoras de Lacan. El crédito se acabó, lo que pasa hoy es que hay una exigencia de ese pueblo bastardeado de que las áreas de conocimiento a las que se apostó (económicamente) den respuesta. La filosofía está entre ellas teniendo que justificar por qué se invitó (mucho o poco) en ella. El pueblo funciona entonces cómo un patrón que ahora pide respuestas a sus intelectuales y exige los frutos de sus investigaciones. Lo que la academia responde a ese pedido es una filosofía estéril ante la crisis que no sean simbólicas, se ha dedicado a estudiar cosas que realmente son inútiles al pueblo porque responden a microclimas académicos o a banalidades que, muchas veces, no son justificables por fuera de la lógica de los propios filósofos. En limpio, la filosofía se ha dividido en un área técnica estéril de gente estudiando párrafos antiguos escritos en siglos pretéritos con el simple fin de conocer, buscando la verdad pura y también un poco para poder decirle a otros que ellos sí que saben la posta de una traducción inútil. La otra vertiente es un área igualmente técnica, pero que se dedica a estudiar todas las dimensiones más abstractas posibles, buscando alejarse cada vez más del pasto que el mundo exige tocar, un aglomerado de intelectuales que la única forma que conoce de acercarse al pueblo es desde lo simbólico, desde la crítica a los "ignorantes que votan mal" o el juicio moral a quiénes están por fuera del círculo del progresismo clasemediero de los centros urbanos.
En este panorama, las formas de defenderse que encuentra la filosofía se limitan muchísimo. Ahora nos encontramos en situación de justificar por qué hay que invertir en gente que dedica su vida a estudiar a un griego que Platón (tal vez) alguna vez leyó, intentando argumentar que eso no es un hobby de las clases altas aburridas con su monumental tiempo libre. La otra opción es defender que analizar los discursos simbólicos manifestados en el cuerpo es relevante, y que nada de lo que conócemos es verdad, mientras el siglo que vivimos atraviesa la peor crisis epistemica jamás vista. Todo esto es, cómo mínimo, muy difícil.
No creo que la solución sea volver a la filosofía analítica o al positivismo, eso quedó realmente en el pasado y la confianza en una razón mecánica desembocó en la segunda guerra mundial. Lo que sí creo es que hay que hacer un exámen autocrítico y revisar si todo lo que estudiamos e investigamos tiene valor filosófico real o son solamente intereses particulares bañados de ego. En este juego habrá que limpiar lo sucio, dándole más valor a lo que realmente sirva a la sociedad por sobre investigaciones muy lindas e interesantes, pero que responden a intereses herméticos y vinculados a la historia burguesa de ricos dedicados a esta disciplina porque no tienen que trabajar.
Nos señalo a todos cuando nos alejamos de la realidad del mundo y nos abstraemos en el pensamiento puro, capaz es hora de hacerle caso a Dussel, cuándo dijo que la filosofía debía dedicarse a darle los marcos teóricos a las reivindicaciones del pueblo. No veo otra manera de defender el valor de la filosofía, porque estoy convencido acerca de la veracidad de aquello que escribí hace un año, donde afirmaba que la filosofía no tiene valor mercantil y que lo que nos queda es un valor social y político (Acerca de la inutilidad filosófica, Dante Javier Soberón, 2023). Las otras ciencias sociales tienen la ventaja de ser ciencias, la filosofía no, es apenas un ejercicio constante de pensamiento crítico (supongamos). Si dirigimos ese pensamiento en pos de ayudar a las necesidades de nuestros compatriotas tal vez no nos veamos representados en la cara del déficit. Tampoco es cierto que las carreras humanísticas sean el problema del país, no es verdad que los nenes del chaco no comen por culpa de trabajos demasiado abstractos. Sin embargo, hay que cuestionar cosas que los reyes del "cuestionarlo todo" venimos obviando hace demasiado rato, porque mientras tanto lo debaten quiénes desean nuestra muerte ontológica, y ellos hoy tienen el poder mientras nosotros un par de estériles análisis.
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