Dardo Francisco Molina
Dardo Francisco Molina
Todos los 24 de Marzo me doy el pagano lujo de llegar tarde, como este año llegó tarde la lluvia que suele mojar la melancolía de la ciudad, esa lluvia que hace que mi metafísica reviente, que me recuerda todo en lo que nunca creo, a excepción de hoy, porque hoy es un día de excepciones, un día en el que mi mundo se para y torna gris de repente, un día para el que nunca estoy listo.
Por eso escribo esto un 27 de Marzo, tres días necesité para recuperar mi ritmo habitual sobre el papel, tres días en los que pensaba que se dice hoy, que es lo que no se pronuncia, qué valor tiene lo que se omite, cuanto pesan los nombres propios que soltamos al azar. Empiezo a escribir sin tener la mente clara, como cada vez que escribo, buscando egoístamente en el ejercicio de las letras una redención que me permita entender un poco más todo, que me haga darme cuenta el “por que” de las cosas, por que cada año pienso tener algo preparado de antemanos y siempre esquivo hacerlo, que me impide jugar con las palabras ese día, por que debo robar pensamientos y frases ajenas, por que yo no sé decir nada en un día en el que hablar es tan importante.
Lo que me digan hoy no me cierra nunca, siempre es poco, siempre le falta a la verdad. Cuando se habla de tragedias siempre hay que ser cuidadoso, requisito del que lamentablemente carezco, por lo tanto me refugiaré en mi suprema cobardía al evitar nombrar números, fechas, sucesos, datos, debates. Hace años que pierdo la fuerza en este día, es mi kriptonita moral e intelectual, y aún no se por qué. Tal vez sea porque representa una etapa macabra que algunos enaltecen y anhelan, tal vez sea por la vorágine con que esos años golpearon las cosas que más amo en el mundo, tal vez sea por el odio con que se miró a lo que yo deseo ser el resto de mi vida, el desprecio que se tuvo a lo que quiero ser, el asco que se tuvo a las actividades que me recuerdan que aún vivo, podría ser todo eso. Debería resumirse, quizá, en que esa época lastimó la tan amada, gloriosa y misteriosa libertad, algo que, más allá de ser el problema que más me atrapó en mi vida, impactó de lleno en un todo social que aún lastima, porque perdiendo la libertad se pierde todo, y aún teniéndola no se sabe si existe o no, porque su misterio es tan grande que su ontología le ha otorgado el vacío a mi vida, y peor aún que el miedo a perderlo todo, es el miedo a que me arrebaten mi nada, el miedo de sentir que algo toca tan de cerca paraliza y abre los ojos, pero siempre de forma violenta.
En algún momento Osvaldo Bayer escribió: “Hay horteras y burócratas que pasan toda su vida aguantando injusticias y hay rebeldes tan susceptibles que reaccionan ante el más leve abuso de poder: están aquellos que pasan sus vidas marcando el paso y vistiendo uniformes y están los otros que no aceptan imposiciones si no están basadas en la lógica, que no es siempre compatible con la naturaleza humana”. Y en sus palabras encuentro todo aquello que no me sale decir, sin embargo no se en que lugar me encuentro basado en su juicio, no se que clase de burócrata rebelde soy, que se queja de todo constantemente, que cuestiona hasta el más mínimo detalle, pero que en un día tan importante para su pueblo no sabe qué decir, se le incendian las manos y sólo sabe repetir frases ajenas como esta, porque en realidad algunas tragedias me superan.
“Hay rebeldes cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo largo y dejar boquiabierta a su chica, y hay otros cuya rebeldía los impulsa a lanzarse a una lucha tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un submundo de violencia, dureza y sangre”, escribía el gran Osvaldo para rematar mi indefinido ser, como si me fuese fácil ser uno u otro, como si supiese cuál soy. Este 24 me enojé con los primeros, que no tenían la mínima pizca de decencia para pronunciarse frente a la muerte, aquellos que ni siquiera pronunciaron (por lo menos por miedo a sufrir destinos funestos) su deseo de que nunca se repita; luego el enojo con el ajeno se calmó y llegó el propio, por exigir a otros algo que no estoy seguro de cumplir, porque es bastante cómodo en mi posición pedirles que se pronuncien mientras yo balbuceo palabras ajenas.
Dardo Francisco Molina nació en Pampa Mayo, un pueblo que está cerca de Simoca, en el mismo pueblo donde pasé gran parte de mi infancia yendo a descubrir lo que la ciudad no me ofrecía, caminé por las mismas calles de tierra que él, estuve en la casa donde él vivió, fui a varios lugares que él visitó, y sentirlo cercano se me volvió una obligación. Yo no conocí a Dardo, mi papá sí, fue su padrino, nunca hablamos de cómo se llevaban, de qué cosas hablaban y sobre qué cosas callaron, nunca le pregunté demasiado, nunca estuve y quizá nunca estaré listo para sentir más cercano aún un dolor que muchos creerían que me es ajeno. Dardo, incluso, fue al mismo colegio que yo, al mismo colegio que mi padre, los espacios comunes que nos acercan me son demasiado fuertes para no dejarlo vivo en mi memoria, aún si conocer su voz, recorrimos las mismas aulas sin saberlo, fuimos demasiado iguales en pequeñas cosas fundamentales. Su vida fue brillante, llegó incluso a ser vicegobernador de la provincia durante la época más difícil para la democracia en este país, un logro que se vería manchado de sangre por culpa de unos cuantos tiranos que aún hoy son amados por sus lacayos sedientos de muerte.
El 15 de Diciembre de 1976 fue secuestrado, la dictadura se lo llevó como a tantos otros, lo secuestraron, lo dejaron despojado de su identidad y paradero por muchísimos años, tenía 59 años cuando le arrebataron completamente su libertad, un relato en una página que reúne información sobre desaparecidos narra lo siguiente respecto a él: “Fue visto en el C.C.D. Jefatura de Policía de Tucumán el 1/5/77. Fue visto en el CCC Arsenal M. de Azcuénaga por la Sra. Matilde Palmieri de Cerviño, según su declaración de esta ante la Comisión Bicameral de Tucumán. Relata que la noche del 11 al 12 de Marzo de 1977 entro en el CCD el indicado Senador, quien debió ser llevado en volandas debido al mal estado fisico que presentaba debido a la tortura”. Recién en 2014 se identificaron sus restos en el macabro Pozo de Vargas, su esposa murió en Julio de 1983 sin saber de esto, murió de pena, de una pena que un estado terrorista le impuso.
Es imposible perdonar todo esto, es imposible escribir algo más allá del relato macabro, el dolor de la desaparición, tortura y muerte de Dardo Francisco Molina (nombre que escribo una vez más para que nunca se olvide) no me pertenece, es de mi viejo, de su familia, pero yo me lo voy a agenciar, porque hay demasiado en todo esto como para olvidarlo, como para hacer de cuenta que no existe, que no lo siento. De la misma manera en que robo palabras cada 24 de Marzo porque no se que debo escribir, me robo este dolor también, que es aquel que me obliga a callarme, porque debo ceder la palabra para pensar solamente en silencio, darle lugar a protagonistas mayores mientras hago eco de sus voces, para que en mi mente retumbe aquella frase tan usada, que a veces cansa, pero que debe repetirse hasta que se quede impregnada en el imaginario colectivo, hasta que nadie más dude. Debo repetir hasta el cansancio, aunque no tenga fuerzas ese día, por mí, por mis compañeros de estudio, por los que quieren pensar libremente, por mi familia, por la gente que amo, por los que fueron arrebatados, por Dardo Francisco Molina: Nunca más.
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