El valor de la inutilidad filosófica

El objetivo de este ensayo es realizar una defensa de la inutilidad de la filosofía. Este objetivo puede resultar anti-intuitivo, sin embargo, lo que en realidad pretendo demostrar es un nuevo valor que puede adquirir el quehacer filosófico. Es necesaria una aclaración, que a veces intento evitar, pero que en esta ocasión resulta fundamental: todo lo que escriba a continuación está situado. Situado en el sentido más obvio y profundo de la palabra, situado dentro de la filosofía latinoamericana, por el simple hecho de que soy latinoamericano y, desde donde soy, también escribo. De lo anterior se desglosa también que éste será un escrito eminentemente político. Cuando hable de filosofía en este texto, haré referencia a la actividad filosófica en Latinoamérica, y creo que dicha actividad en el contexto en que se desarrolla debe ser fundamentalmente política. Esto último es algo que se desprende a partir del avance de las tesis que defiendo en los siguientes párrafos.
Muchas veces, cuando se busca "defender" a la filosofía de sus detractores contemporáneos, se elaboran argumentos que enaltecen la utilidad de la filosofía en sus apartados más funcionales al mercado. Algo así como si defender la validez de la filosofía dependiera de demostrar, de alguna manera, su "capacidad productiva", intentando probar que es una disciplina beneficiosa para el mercado laboral, las empresas o, incluso, se desliza que los fundamentos de carreras en auge utilizan elementos de la lógica. Por eso, lo filosófico aún resulta útil e importante para la sociedad, por tener algún tipo de rol a la hora de producir algún tipo de producto o servicio. Mi escrito seguirá el camino de una perspectiva diametralmente opuesta.
Quiero remarcar una afirmación que me parece obvia pero que quizá no lo es tanto: la filosofía es inútil para el mercado. De esta forma pretendo abandonar el camino que seguía la primera argumentación y presentar una propuesta opuesta para encontrar el valor de lo filosófico, más allá de su utilidad para el mercado o, incluso, a causa de su inutilidad para este. Podemos defender que el conocimiento filosófico no vende, no es un producto rentable. Justamente allí reside su utilidad, la filosofía es útil justamente porque al mercado no le sirve.
¿Dónde reside entonces el valor de la filosofía? Generalmente se asimila valor con utilidad, a tal punto que solemos pensar que lo valioso de algo es aquello que lo hace útil. De esta forma, si queremos encontrar la respuesta al valor de la filosofía, deberemos desentrañar el "para qué sirve" de esta actividad. Desde el punto de vista monetario y mercantil, aquello que produce la filosofía no son bienes o servicios con gran valor comercial, ni siquiera los libros de filosofía gozan de gran popularidad. Vender filosofía resulta una tarea imposible, sería algo tan ridículo como intentar vender conceptos. La filosofía ha resistido mucho mejor que el arte las tentativas de mercantilización del capitalismo. A pesar de que la divulgación filosófica existe y algún purista podría tomarla como mercantilización en algún particular sentido, es fácil demostrar el limitado alcance que puede llegar a tener esta actividad y lo poco rentable que le resulta al capital. Obviamente esta situación no deja a la filosofía en un lugar de privilegio social, todo lo contrario. La filosofía adopta un lugar de marginación, casi de outsider respecto a otras actividades, lugar que se materializa en el mote de inutilidad.
A pesar de todo lo antes dicho, no se la considera inútil solo por sus deficiencias comerciales. Hay otro aspecto que debe sumarse a esta noción del saber filosófico como algo inútil y es quizá el más complejo de explicar porque, según creo, sale del propio seno de la filosofía. Muchos autores han sostenido que lo que hace el filósofo es un mero análisis de la realidad. El rol del filósofo o intelectual es el de pensar (muchas veces en soledad) acerca del mundo, no de intervenir en él. Se ha vanagloriado la imágen del pensador sólo en su mundo de conceptos que flota lejos de los problemas de su tiempo. Frente a esto podemos preguntarnos: ¿La filosofía transforma al mundo? ¿tenía razón Marx en sus tésis sobre Feuerbach? El autor había dicho explícitamente que "los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo" (Marx, 2010, pág. 2). Eso es lo que la filosofía hace según la gran mayoría de corrientes de pensamiento; para dotar de valor entonces a lo filosófico es importante romper con esta imágen del filósofo o intelectual aislado. Me propongo entonces establecer un nuevo valor para la filosofía, uno que esté por fuera de las exigencias del mercado pero también de la pasiva actitud contemplativa que Marx criticó a los filósofos.
Entiendo a la filosofía como una actividad estrechamente vinculada y dependiente del pensamiento. Por eso, asumo como tarea fundamental demostrar el valor que tiene el pensamiento y cómo, a partir de esta tesis, puedo darle valor a la filosofía por añadidura. No afirmo que el pensamiento sea despreciado en la sociedad, pero creo que dedicarse al pensar en un mundo capitalista sí tiene un valor reducido y limitado. Parte de esa concepción se deriva de la sociedad de mercado que impera, pero otra parte surge de la postura contemplativa que el intelectual, se supone, ha de adoptar.
La derivación que propongo para entender por qué surge esta figura del pensador como sujeto pasivo, se gesta al entender al pensamiento como algo separado totalmente y ajeno a la acción. La intención de escindir a la práctica y al pensamiento ha derivado en asumir al pensar como una actividad de reflexión interpretativa que no transforma el mundo. Por el contrario, sostengo que el pensar y el actuar van unidos, que se dependen mutuamente entre sí, que la praxis y teoría se participan conjuntamente y simultáneamente. Esta idea necesita de algunos matices aclaratorios. Entiendo que los libros y el pensamiento por sí solos no cambian el mundo. Los conceptos no transforman la realidad. Lo que asumo es que son los hombres que piensan, escriben y gestan esos conceptos quienes tienen la potencialidad de cambiarlo todo. Sin embargo, sostengo que dichos conceptos no están nunca sólos, no flotan vagando por el espacio. Y que la acción humana no es simplemente un movimiento irreflexivo que no necesita de ningún tipo de pensamiento. Cuando Marx quiso despertar a los filósofos de la pura contemplación le hablaba a los hombres, no a sus elaboraciones conceptuales. Pero no podemos asumir que este autor propone que se vuelque todo a una acción desprovista de pensamiento o, peor aún, que el pensamiento no deriva en ningún tipo de acción.
Considero que el pensar no es inocuo, sino que es una actividad productiva en un sentido que escapa al mercantil. Lo que el pensamiento produce son acciones. Llegados a este punto, también creo que se me podría objetar como mi amplitud al usar la palabra acción resulta ambigua, y sería justo que se me pidiera que aclare de qué tipo de acciones estoy hablando. Para responder a esto es importante aclarar de qué acciones no hablo, cuáles quedan afuera. Lo referido a las acciones involuntarias que permiten nuestra existencia queda exento de la necesidad de reflexión: el respirar o los latidos del corazón no están sujetos a que se reflexione acerca de su actividad. Esas acciones no son objeto de este ensayo porque no dependen de un pensar filosófico – aunque podría defender que necesitan algún tipo de actividad cognitiva o de funcionalidad de la mente, en éstas instancias no resulta importante–. Por otro lado, debo aclarar qué sucede con las acciones como el caminar o el movimiento corporal en circunstancias que no necesitan tampoco de un pensamiento reflexivo de carácter filosófico. También este tipo de actos queda excluido de lo que trato en estas líneas porque tampoco dependen del pensamiento de talante filosófico, aunque nuevamente asumo que no están totalmente aisladas del pensamiento cómo tal, y que en interpretaciones cercanas al psicoanálisis podrían depender de cierta racionalidad inconsciente. Pero, de nuevo, no son relevantes al objeto que ahora analizo. Por fin, entonces, puedo hablar del tipo de acción que sí creo depende del pensamiento reflexivo: las acciones que llamo sociales. Lo que decido llamar acciones sociales son a aquellas que entiendo como las que nos hacen partícipes del mundo social, por lo tanto también las que pueden cambiar dicho aspecto del mundo. Antes dije que los conceptos no pueden cambiar el mundo por sí solas, y creo que tampoco pueden hacer que la materialidad del mundo mute, esto es que no pueden afectar la dureza de una roca, la suavidad del algodón, la forma de la tierra o la mortalidad del hombre, por no nombrar la extensa lista de ejemplos que creo ilustran lo que digo. Pero pienso que los conceptos sí pueden cambiar otro aspecto del mundo: el social, el político. Porque, en última instancia, aquello que livianamente había llamado acción social es lo que más correctamente debe llamarse praxis política. Y creo que esa praxis política es producto de un ejercicio teórico que la gesta y que permite que se lleve a cabo. La relación entre praxis y teoría es de simultaneidad. No hay teoría sin praxis, pues sería algún pensamiento estéril y difícilmente calificable como pensamiento, ni praxis sin teoría, porque entonces estaríamos refiriéndonos a algún tipo de acción política desprovista de pensamiento o de un órden reflexivo.
Creo que la confusión inicial que terminó separando teoría y praxis surge a partir de la inteligencia de los hombres más pedantes que existen, los filósofos. Los filósofos se han encargado de separar lo que no es separable. La tajante distinción entre teoría y praxis no es realista, es más bien un análisis frío de una irrealidad impostada. Siempre resultará más fácil decir que realicé acciones sin pensar qué hacerme cargo del acto que he llevado a cabo. Pensar y actuar son cosas diferentes, pero sostengo que el pensamiento y la acción como categorías totalmente separadas ha desembocado en la concepción de que pensar es prácticamente inútil. Un ejercicio para intelectuales con la vida resuelta. Esto ciertamente le queda bien a quien no desea involucrarse en transformar la realidad, pero relega a las actividades orientadas al pensar a la inutilidad, en especial a la filosofía.
Entonces, ¿se puede pensar sin realizar acciones? ¿Se pueden realizar acciones sin pensar? Ni la una ni la otra. Si pienso, si reflexiono acerca del mundo, entonces los actos que realice en mi vida estarán vigilados por lo que he pensado como correcto. Y, si realizo acciones, éstas habrán sido celosamente pensadas previamente aunque quiera resguardarme en alguna cómoda espontaneidad. Por ejemplo: si asumo cómo verdaderos los principios marxistas, actuaré y realizaré acciones vinculadas a ellos, lo mismo si soy hegeliano, kantiano, positivista o si no adhiero a una doctrina filosófica específica, pero aún así pienso. Creo que lo que expongo se puede resumir en afirmar que pensar produce acciones, y que esas acciones no son respirar o el latido del corazón o el caminar, sino acciones que son sociales y, si son de carácter social, entonces son políticas. Antonio Gramsci decía que “Cuando se distingue entre intelectuales y no-intelectuales, en realidad se hace referencia sólo a la inmediata función social de la categoría profesional de los intelectuales, vale decir, se tiene en cuenta la dirección en que gravita el peso mayor de la actividad específica profesional, si en la elaboración intelectual o en el esfuerzo muscular-nervioso. Eso significa que si se puede hablar de intelectuales, no se puede hablar de no-intelectuales, porque no-intelectuales no existen” (Córdova, 2014, pág. 5). Entiendo esta reflexión en un sentido similar a lo que expuse.
Ahora bien, hasta ahora no hemos aclarado el rol de la filosofía y su vínculo con lo explicado. En tanto la filosofía es primordialmente una actividad de pensamiento reflexivo, toma un rol fundamental también en la praxis. Enrique Symns dijo, en la última entrevista que dió en vida, “Es casi imposible pensar. Lo decía el mayor pensador –Heidegger– que hubo en el mundo, y después yo digo que pienso, soy loco”. Me gusta remarcar cómo Symns destaca que es casi imposible, pero no imposible del todo, creo que esto remarca algo importante que decir respecto del pensar y su dificultad. Asumo que existen, al menos, dos tipos de ejercicios de pensamiento que son distinguibles entre sí. Decido llamarlos por un lado el pensamiento irreflexivo y por el otro lado pensamiento reflexivo. Para no extenderme demasiado en este ensayo, no profundizaré del todo en esta distinción, pero creo que los lectores ya denotan una idea más o menos clara de que demarcan cada una de estas maneras de llevar a cabo el pensamiento. A continuación detallaré en qué acciones derivan estos pensamientos y de esa forma se podrá tener una mejor noción de lo que he dicho en este párrafo.
Podemos hablar de un pensamiento que no es el filosófico, uno que en este trabajo decido llamar como pensamiento irreflexivo, que produce lo que me doy el lujo de bautizar como acciones conformistas. Este pensamiento está alejado de la reflexión filosófica y más cercano al pensar del sentido común. Sin embargo, tampoco es un pensamiento inerte y lejano al plano de la praxis, claramente produce acciones acríticas, por eso las considero conformistas. No voy a pecar de soberbia al decir que es el que impera entre los hombres que no han sido bendecidos con la desgracia de ser llamados filósofos, pero sí me parece que es la forma de ejercer el pensamiento que más fácilmente se confunde con el no pensar. Ahora bien, si la filosofía se caracteriza por plantear un pensamiento reflexivo, producirá lo que llamo acciones reflexionadas. Esta categoría se refiere estrictamente a la relación existente entre filosofía y praxis, es allí donde vislumbro su verdadera utilidad. Creo que si la filosofía logra acercarnos a pensamientos reflexivos acerca del mundo social, nos permitirá acciones igualmente reflexivas. Rescato a Gramsci (1967) también en este sentido: "La mayor parte de los hombres son filósofos por cuanto obran prácticamente, y en su obrar práctico, de línea directriz de conducta, está contenida, implícitamente, una concepción del mundo, una filosofía” (pág. 86). Creo que nadie sale ileso del pensar, menos aún lo hace de la filosofía, es allí donde reside su utilidad. Por lo tanto, considero que existe una necesidad del pensamiento filosófico para poder cambiar al mundo, que la función del intelectual y del filósofo es la del pensamiento crítico para volcarse a una praxis crítica en consecuencia. Así, "por consiguiente, podría decirse que todos los hombres son intelectuales, pero que no todos tienen en la sociedad la función de intelectuales" (Gramsci, 1967, pág. 26), esto es porque no todos asumen el rol de pensamiento y de praxis necesarios en su realidad social, no porque no piensen o actúen sin pensar. Ahora bien, se me podría refutar también que he establecido una especie de condición de necesidad entre pensamiento y acción y que ahora dejo caer, livianamente, que puede haber algún pensamiento que no derive en su correspondiente acción alineada con lo pensado. Soy consciente de esta pseudo contradicción, pero creo que no es tan simple de analizar y que en realidad no hay ninguna contradicción. Los factores que coartan las posibilidades de realizar alguna acción son muchos y la honestidad de lo que alguien escribe no se puede evaluar más que por sus acciones. Por un lado, me refiero a que puedo buscar realizar las acciones que se derivan de mi pensamiento pero que el estado o algún otro brutal poder me limite, eso no muestra una contradicción sino una imposibilidad. Por el otro lado, puedo escribir o decir que tengo bellos pensamientos revolucionarios, por ejemplo, de manera deshonesta. Así estaría fabulando que lo que pienso es A cuándo en realidad es B, y la manera de evaluar esto es por medio de las acciones que realice, siempre que mis posibilidades sociales lo permitan. Lo último es quizá un poco más árido de entender y por ello un ejemplo quizá lo ilustra mejor, supongamos que defiendo en público argumentos que sostienen la importancia de los valores democráticos, sin embargo, decido con mis acciones atentar contra la democracia votando a fascistas, esta situación no afirma que las ideas democráticas desembocaron en una praxis fascista, sino que quien afirmaba tener pensamientos democráticos en realidad creía en el fascismo y actuó en consecuencia. Todo esto, claro, cuándo hablamos de acciones que no son producto de algún tipo de poder coercitivo.
Dicho todo lo anterior, creo que la crítica de Marx se puede sostener cómo un imperativo en el siguiente sentido: la filosofía debe ser la encargada de elaborar el marco teórico para que una praxis adecuada cambie el mundo, esto se logra solamente con un pensamiento crítico que derive en acciones reflexivas. Lo que termina llevándome al aspecto fundamental que aparece al principio de este texto y que parecía que había olvidado, hablo de la situación de emergencia latinoamericana y de la función de la filosofía en estas tierras. Ser latinoamericano no es una simple etiqueta de orígen, las particularidades de latinoamérica y su realidad implican la necesidad de ser sujetos empapados por lo político. Esto dado por los problemas propios del continente desde donde pensamos, el pensamiento de los intelectuales y filósofos debe virar hacia lo político. Nadie piensa por fuera de su tiempo y de su contexto. Creo que la filosofía, como ese motor que puede producir conceptos valiosos, es especialmente importante y útil en esta situación. Esta postura es sumamente política y no reniego de eso, porque creo firmemente que toda filosofía latinoamericana debe ser una filosofía política, no contemplativa y que busque cambiar el mundo. Este es su valor, su inutilidad ante el mercado se devela entonces cómo una utilidad en el pensamiento político, es la pertinencia de una impertinencia. La exhortación a una filosofía que supere la utilidad mercantil en pos de una función y un valor específico en su contexto, porque las ideas y los pensadores no están aislados, y porque pensar y filosofar no es, ni debe, ser inocuo.

Referencias:

- Becker, Howard. (2009). Outsiders. Hacía una sociología de la desviación. Recuperado de: https://saltonverde.com/wp-content/uploads/2017/09/08-Outsider.pdf.
- Córdova, Arnaldo (2014), Antonio Gramsci: La cultura y los intelectuales, Seminario Pensamiento Marxista y Sociedad, número 985.
- Gramsci, Antonio (1967), La formación de los intelectuales, Editorial Grijalbo.
- Madrazo, Jerónimo. (2022). Charla con Enrique Symns. Entrevista con: Enrique Symns. Nombre de la revista, día, mes, año.
- Marx, Karl (2010), Tesis sobre Feuerbach, Fundación Editorial El perro y la rana.

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