Alegoría del tabaco

Esta época que habitamos es políticamente trágica, por eso no debería estar penado fumar, ni legal ni moralmente. Resulta importante encontrar salidas a las tragedias que se nos imponen, tanto desde lo colectivo como desde lo individual, frente a ello el único medio no lumpenizante que nos queda es el tabaco. La sustancia debe seguir inundando los pulmones de quienes resisten, debe procurarse el hombre, que se entienda a sí mismo como rebelde, fumar en demasía. Lamentablemente, Marx olvidó escribir en sus textos acerca de la importancia revolucionaria de esta sustancia; sin embargo tenemos pruebas fácticas que nos revelan su carácter fundamental, hablo claro de aquella revolución anarquista que fracasó a causa del desabastecimiento de tabaco en la comuna. Se dice que hubo otros factores que hicieron perecer dicho proyecto revolucionario, pero debemos considerarlos falsos, ya que son enarbolados por no-fumadores, es decir, sujetos antirrevolucionarios. Si hablamos de sujetos antirrevolucionarios, no podemos dejar pasar a los imberbes parlamentarios argentinos que en 2011 decretaron una ley fascista, insultante, burguesa y estúpida: la ley 26.687, bautizada justamente como ley antitabaco, una clara burla a quienes no se someten al poder opresivo de los sanos.

A partir de ciertas legislaciones, como la anteriormente nombrada, la que prohibió las propagandas de cigarrillos o la que obligó a las marcas a poner imágenes grotescas en los paquetes de cigarros, se inició un proceso de deterioro moral y cognitivo en la nación. Escribí hace poco un texto sobre la muerte de los bares, hoy realizaré un análisis más profundo y filosófico respecto de la crisis que atravesamos. La tesis de este escrito, por si aún no ha quedado clara, es que fumar es necesario por motivos políticos, existenciales, intelectuales y sanitarios. Quiero desarrollar tres puntos neurálgicos que creo demostraran la tesis de este escrito, los dos primeros son un diagnóstico de época, el tercero funge como solución y conclusión.

  1. Los anarcocapitalistas no fuman

No fumar es un signo de estupidez, no el único, pero sí uno de los más graves. Existe una prueba empírica que es doble: los anarcocapitalistas no fuman. Este grupo de incels es quien tiene más posibilidades de dirigir los destinos de la patria, es tan dramática la situación moral e intelectual de la nación que quienes pueden llegar a detentar el poder son seres que no han logrado entablar conversaciones fluidas con personas del sexo opuesto al suyo. Gran parte de este desdichado grupo se declara como abstemio, no fumador, fitnes y un sin fin de aberraciones éticas afines. Esto presenta una doble dimensión, por un lado, se declaran cultores de lo sano y lo fitnes, grandes hacedores de deportes en búsqueda de cuerpo atléticos. Esta situación los estupidiza porque reducen el mundo al entramado social de un gimnasio, algo casi tan infame como los macriístas que lo reducen a un country. De esta forma renuncian a los placeres y adhieren a la peor de las filosofías griegas, el estoicismo. ¡Ay divino Platón! ¡Si tan solo estos jóvenes te leyeran podrías salvarnos! Pero no fuiste lo suficientemente misógino como para atraer a sus cerebros inundados de leche. De esta forma rondan la vida social desde un espacio despojado de cualquier vinculación con lo dionisíaco o lo femenino, rodeados de músculos, transpiración y proteínas. Por otro lado, la segunda dimensión se relaciona con lo sano desde una perspectiva profundamente neoliberal, estos idiotas (en el sentido griego de la palabra) han reducido todo el espacio social a los conceptos de inversión/producción. Esta mirada sesgada de la realidad se profundiza en los gimnasios, donde invierten tiempo en producir masa muscular, ejercicio que los obliga a dejar de fumar. Esta lógica virginal se ha esparcido con velocidad entre los jóvenes y se ha profundizado por culpa de la prohibición de fumar en espacios públicos cerrados. Si un grupo de terroristas entráramos a gimnasios de todo el país a fumar, quizá podríamos acabar con la vulgar adoración al cuerpo de la posmodernidad o, en su defecto, intoxicar lo suficiente a alguno de estos personajes como para que muera o al menos no vote.

  1. El hecho inminente de la muerte: 

Morir es algo horrible y precioso a la vez, es inminente y por ello decidimos olvidarlo constantemente. Frente a esto, el tabaco representa un pago en cuotas a la muerte, un contrato de enfermedad a cambio de sabor. A su vez, el tabaco funciona como un gran regulador de ansiedad, algo que en un mundo capitalista debe ser valorado, por lo tanto, podemos entender que el tabaco es una forma de cuidado del sí mismo. La razón científica, sin embargo, ha realizado un feroz y grave ataque contra el tabaco, haciendo énfasis en algunas leves consecuencias físicas de fumar como el cáncer, la perdida de piezas dentales, el EPOC y demás nimiedades. Este ataque proveniente de la razón apolínea es inhumano, pretende que la gente abandone el cigarrillo y lo reemplace por el gimnasio u otras actividades grotescas. Se remarca desde la comunidad médica que el tabaco mata, como si el fumador no lo supiese o, aún peor, como si hubiese algo que no mata en el mundo. Vivir trae como consecuencia la muerte y a nadie se le ocurre legislar para prohibir la vida. No obstante, es así como la ciencia quiere matar el cigarrillo, sin tener en cuenta que de esta forma matará a la argentina, porque los sabios, artistas, drogadictos, escritores, vendedores de autos usados, traficantes, futbolistas, adiestradores de perros, ladrones, policías, secretarios y médicos fuman. ¿Imaginan una sociedad donde el vínculo entre esas nobles profesiones y el cigarro desaparezca? ¿Podrían pensar en algún policía que luego de detener a un ladrón no le convide un pucho o en una escritora que no le pida fuego a un traficante para encender el porro que acaba de armar? ¿Pueden armar la imagen mental de alguno de esos actores diciendo “no, disculpe, soy posmoderno, no fumo más”? Yo tampoco. Argentina está muriendo, occidente muere y todo está vinculado a la ley que obliga a poner gore en los paquetes de cigarrillos. Quieren confundir y asquear a las futuras generaciones para volver a la juventud libertaria. Esto no es una teoría conspirativa, es algo así como ciencia.

  1. Todas las soluciones son románticas

Por último debemos hablar de aquello que el último gran heideggeriano nacional, Enrique Symns, llamó “dictadura de los sanos”. A estas alturas asumo que debe estar claro, se cae en dictaduras cuando se afirma que lo sano es lo bueno y lo enfermo lo malo, también caeríamos en el error si asumimos que lo sano es lo malo y lo enfermo lo bueno, las dicotomías suele equivocarse porque la realidad no es binaria. Una verdad que deberíamos aceptar es que lo racional nos ha llevado a la ruina, una vez más. Frente a esto debemos entender que todas las soluciones que nos quedan son románticas, no hay más lugar para la ciencia y lo apolíneo, es el momento de la metafísica y lo dionisíaco. Un buen punto de partida para solucionar lo que nos pasa sería volver a fumar, a continuación algunos consejos: si tiene hijos, cómprele cigarrillos; si ama a su pareja, propóngale fumar un pucho juntos después de fundir sus cuerpos en el ritual sexual; si tiene amigos, invítelos a fumar y tomar alcohol en los bares; si tiene algún enemigo, ofrézcale un buen tabaco antes de disparar. Es menester revalorizar el tabaco, entenderlo como una forma de autocuidado, basta de las consecuencias de fumar, son banales y obvias. Hay que prohibir la ley que prohíbe las propagandas de cigarrillos, debemos agitar a las masas para que contaminen sus pulmones, para que la muerte nos atemorice menos. Necesitamos escuchar, luego de un beso, “tenés sabor a puchos” y ver la sonrisa que acompaña a esa frase. Necesitamos vivir un poco más contaminados para estar mejor. A tiempos trágicos, soluciones trágicas.

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