El último bar

Luego de la prematura muerte de "Bigote's", el cemento del microcentro tucumano quedó despojado de magia, ya no había pena que justificara patear las calles de barrio norte. Vivimos tiempos poco vertiginoso, a pesar de que las circunstancias ameritan más de una tormenta, la gente se contenta con placeres mundanos y pulidos. Es una especie de dictadura estética, donde todo debe ser terso, sueave, color pastel y aesthetic. Estas circunstancias ameritan más poesía de la que hay, como sabemos "la poésie est dans la rue", pero este axioma necesita de un componente esencial: la poesía que se piensa en los callejones, se escribe en los bares.
Abundan cervecerías artesanales, hamburgueserías cipayas, pizzerias italo fascistas, y demás aberraciones culturales que se enarbolan en el imaginario social, este pensar se posiciona victorioso ante la obvia muerte del punk. La contracultura ha perecido ante el avance de ciertos movimientos desprovistos de dos factores fundamentales en el under: la violencia y la fealdad. Observamos atónitos una cultura suburbana de gente linda, flaca, blanca y cheta; todos los circuitos de arte independiente se ven repletos de hippies de mierda que lloran por el cambio climático y demás pelotudeces burguesas, pero que te desprecian si te ven tomando cerveza Norte y pala.
Las bandas de rock también están apegadas a un circuito que hoy recibe el nombre indie y que un gran amigo, que nunca leerá este texto y por eso no lo voy a citar, definió cómo una corriente  estética, más no musical. La angustia no falta, pero está maquillada con poses de modelaje fotográfico, el llanto debe estar adornado por figuras placenteras de belleza en vez de ser una muestra viceral de moco, lágrimas, baba y ojos hinchados al borde de estallar. La tragedia se muestra en la música y ese movimiento juvenil que alguna vez supo estar hinchado las bolas de todo hoy se enoja sólo si no le sacan fotos con la cámara de un Iphone.
Los putos ya no luchan contra el sida o los prejuicios, ahora se sacan fotos con vestidos caros; ya no hacen música queer o putean fascistas, ahora se refugian en countrys y en boliches techno rodeados de idiotas que hablan una mezcla de español con inglés: dudo que sigan cogiendo en orgías.
Quizá yo sea un viejo choto y cansado, que no entiende "lo joven", no vamos a negar que mi melancolía crónica puede estar vendando mis ojos. Aún así, me enoja que todo se venda, que todo sea artificial, que ya no haya mugre en la capital y que la gente se drogue para divertirse y no para morir. 
En medio de todo esto una luz de esperanza se ve al final del tunel. Queda un último bastión del universo decadente, un oasis para fisuras y reventados, para mezclas raras que producen arte clandestino. Hay un nombre propio que puede ser nuestro héroe, estoy casi seguro de que "Jose Cuervo" es el último bar. Hablo de bar en el sentido profundo que describió el señor de los venenos, a quien no voy a citar porque está muerto. El bar es el último lugar donde se da la vida, la rebeldía, donde podes perder a tu novia, decía ese hermoso viejo falopero. Ya no quedan lugares para liberar el alma hablando a los gritos, para armar bandas que nunca se van a juntar a tocar, para hablar de libros que no vamos a escribir. Por eso, Cuervo es cómo una iglesia para los profanos que buscamos contemplar el infinito, con la boca abierta y  seca, con los ojos vidriosos y la mandíbula descolocada. Gracias a dios que existe, ojalá los nazis de lo pulido nunca lo cierren, y ojalá se vuelva a escribir desfachatada poesía en sus mesas. No quiero exagerar, pero es lo único que nos puede salvar.

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