Investigaciones acerca del té de ruda
Investigaciones acerca del té de ruda
Id quod credimus, nosse et intelligere cupimus
Primero de Agosto
En mi casa nunca se tomó té de ruda, ese mito no penetró los rincones de mi hogar, nunca ayuné un 31 por cuestiones míticas, la falta de plata a fin de mes difícilmente pueda ser considerada una hierofanía. No hubo nunca siete sorbos, tres tragos, ni un vaso entero de esa extraña infusión. Agosto es un mes especial por el cumpleaños de mi hermana, lo único sagrado por estas fechas es eso. Sin embargo, el tiempo y su devenir caótico hizo que una vecina me consulte, angustiadísima un miércoles 31 a las 9 de la noche, si había conseguido algo de esa infusión y me sobraba para convidarle un poco. Le dije que no y solo serví para angustiarla aún más y profundizar su crisis espiritual. Pasé toda la madrugada pensando en eso, dando vueltas a la situación más común del mundo, una charla de apenas dos segundos y sin ninguna influencia ontológica en mi alma había conmovido todo mi ser.
El domingo la vi en la iglesia, soy un pésimo creyente porque visito el hogar sagrado de los fieles solamente cuando atravieso crisis internas de gran profundidad. Últimamente, estoy yendo mucho a misa los domingos a la noche, a veces con mis viejos y a veces solo, pero a esta vecina la veo cada domingo. Como dije, no voy seguido así que no sé si ella va todos los domingos o es tan mala cristiana como yo y solamente la casualidad nos hace coincidir constantemente. Cuando terminó la misa salí hasta las escaleras de la iglesia de Villa Luján (en realidad no sé si la iglesia tiene otro nombre, pero todos le dicen así), cruzamos miradas y la saludé con una pequeña sonrisa para mantener cordialidad, en ese momento vi como empezaba a acercarse para no solamente saludarme sino también charlar. Yo, como casi siempre, no tenía muchas ganas de hablar así que encendí un cigarrillo esperando espantarla, no funcionó, aunque hizo una mueca de asco y fastidio cuando solté el humo cerca de su cara. Inevitablemente, tuvimos una pequeña charla que recuerdo levemente:
- Que lindo verte en misa Javier, ¿cómo andan tus viejos che?
- ¿Cómo le va? Ahí andan, todo bien por suerte, ¿y usted?
- Bien acá andamos, ¿al final consiguieron ruda el otro día?
- No, no, la verdad no tomo eso y nadie en mi casa lo hace, por eso no tenía cuando me pidió.
- ¿En serio? Es bien milagrosa la ruda, además hace bien al cuerpo.
- No tenía idea. ¿Usted toma siempre?
- Todos los años, al final conseguí porque la Kika tenía, es una tradición, desde chica tomo.
Es bastante tonto que una charla tan simple haya desencadenado en mí un interés tan profundo, al punto de dejar de lado un examen final de la universidad para desentrañar lo que había charlado esa noche. En realidad no se resumía a esa charla cordial y rutinaria, algo me generaba interés en el asunto, quizá el hecho de sentir una tradición tan alejada y cercana al mismo tiempo, el misterio de la regularidad y el milagro en la misma cosa, la paranoia que me ataca este último tiempo, el deseo de entender en que cree el otro y en que creo yo.
T(e)é de(é) ruda
Beber té de ruda forma parte de las tradiciones del norte argentino, es un ejercicio mítico vinculado con las celebraciones indígenas a la pachamama, obviamente el misticismo andino se ha mezclado con los credos cristianos y, en esta tierra santa, beber esta infusión no entra en ninguna tensión con las prácticas religiosas occidentales. Julio los prepara y agosto se los lleva, dicen en el barrio, recién ahora entiendo la frase, la idea es dejar morir las angustias del invierno y, además de reconfortarse con el té, prepararse para estar precavido ante lo que vendrá. Es más que un ritual de transición, es un ritual de preparación, de liberación en pos de estar listo para lo que viene. Por un lado, el ritual promete realizar un acto de move on frente a lo acontecido en la etapa más gélida del invierno, soltar la mochila helada, el hielo doloroso antes de entrar en agosto; por otro lado, es profundamente honesto en sus intenciones, no pretende evitar males futuros, nos invita a estar listos y preparados para enfrentarlos. Actualmente, y según las charlas con vecinas que tuve a modo de entrevistas, también sirve para limpiarte de la "mala onda" que te tiraron previamente y para evitar que te la sigan tirando. Entiendo también que evita males de ojo, mala suerte y envidia, sé que en la tradición indígena esta práctica está vinculada con la pachamama, pero en mi barrio no.
¿Quién envidiará a doña Mari, mi vecina? Es una mujer de unos 70 años, creo que no tiene marido, sus cuatro hijos viven en distintos puntos del barrio, sobrevive gracias a una jubilación de ama de casa y es renga de una pierna. Quizá lo toma por algún mal de ojo, quizá su renguera se debe a que algún año olvidó tomarlo y ahora lo hace siempre para evitar perder agilidad en su otra pierna. Tal vez lo toma porque quiere evitar la mala suerte, si esto es así seguramente olvidó tomarlo el año pasado, eso explicaría la victoria de Milei y que ahora su jubilación penda de un hilo mientras es cuestionada. ¿Si doña Mari tomaba té de ruda el año pasado Milei perdía? Creo que doña Mari es peronista, no estoy seguro pero debe serlo. Puede que lo tome por motivos extraños a la política, sé que su hermana es malhumorada, es posible que siga el ritual para evitar que la llene con su mala onda. Espero que el motivo no sea su angustia, es una señora muy amable, si lo toma para evitar dolores emocionales creo que sería una situación triste y reconfortante a la vez. Lo más probable es que no lo tome por ninguno de esos motivos, o capaz lo toma por todos esos motivos a la vez, como sea, si pudiera decirle algo (que de hecho, puedo hacerlo, pero no lo haré) sería: "Que el té te dé todo lo que buscas de agosto".
Evodio
La charla con mi vecina fue mi "Hortensio" espiritual, Mari mi Cicerón, pero el problema es que no sé bien qué clase de crisis se desató desde ese domingo. Puedo escribir algunas cosas ahora, pero nada es una conclusión. Ese domingo de agosto en el que hablamos afuera del templo dos palabras me hicieron ruido: milagrosa y tradición. Hay una contradicción hermosa que encuentro aquí, una tradición está sujeta a una cierta regularidad, a un cierto compás temporal que sobrevive a los años y las generaciones, es una permanencia que se escapa al devenir, sin embargo, surge de un hecho único, excepcional, un milagro, algo que no pasa todos los días ni todos los años. Que una bebida sea milagrosa y a la vez una tradición me remite al concepto de hierofanía de Eliade, básicamente entiendo que el té de ruda es la manifestación de lo sagrado a través de lo profano, al igual que doña Mari, yo y quien lea este texto. Voy a explayarme sobre esto. La ruda es una bebida simple, profana porque es un objeto que no pertenece al mundo sagrado, tomar té de ruda en mayo o septiembre supone tomar un simple digestivo, el té es parte del universo de objetos profanos, es decir, no-sagrados. Sin embargo, el 31 de Julio a la noche algo sucede, lo santo, sagrado o milagroso se manifiesta en el té, se produce la hierofanía. Siguiendo a Elíade, este objeto pasa a componer la dimensión de los objetos o entidades sagradas, sin dejar de ser nunca un té, ahora está inundado por su característica santa, milagrosa. No deja nunca de ser un té tradicional por sus poderes digestivos, pero una vez al año se vuelve una bebida milagrosa. Esta es una característica fundamental de la hierofanía: "Lo sagrado solamente se puede manifestar mediante lo profano", el milagro no puede consumarse por fuera de té, si yo pretendo mentalmente alejar la mala suerte no soy solamente liberal, sino que también fallo. Necesito el objeto profano para que pueda hablar de una hierofanía. Dicho esto una pregunta me surge, ¿no somos los humanos, en su dimensión antropológica, una hirofanía? la pregunta es bastante anti-intuitiva, pero sucede algo interesante cuando se lo analiza por parte. Digamos que el humano es un objeto profano (animal), en su dimensión material un humano es un tipo de primate sujeto a las regularidades profanas de la biología, pero, algo sucede, algo santo se manifiesta en él, para los teólogos el alma, para los racionalistas la razón, para Cassirer el lenguaje, para los rebuscados miles de otro nombres rebuscados para un mismo objeto santo indefinible, en el momento en el que lo santo se manifiesta el primate pasa a ser una hierofanía, pasa a ser humano. Lo que quiero decir es que aquello que nos diferencia del resto de animales profanos no puede ser otra cosa más que una manifestación de lo sagrado en nuestros cuerpos profanos.
Sé que esta posición es, tal vez, demasiado humanista, algún sujeto demasiado liberal podría acusarme incluso de "especista", pero yo sostengo el componente sagrado de la humanidad, sus errores solamente reafirman la característica de hierofanía más que negarla. Al igual que la pintura de un cáliz sagrado se desgasta con el tiempo y eso comprueba que el cáliz, como objeto, no deja nunca de ser profano a pesar de tener la característica sagrada, el hombre muestra a menudo su dimensión profana: muere, come, caga, respira, se enferma, crece, se reproduce; sin embargo, muestra también su dimensión santa: ama, fuma, se emborracha, se apasiona, se deprime, construye y destruye, trasciende y desciende. Somos una hierofanía en tanto y en cuanto no dejamos nunca de ser objetos profanos, seguimos siendo animales, pero algo se ha manifestado en nosotros, algo santo y que no podemos descifrar después de años de estudios antropológicos, quizá la respuesta está en la forma lógica-ontológica del té de ruda. Es arriesgado decirlo, pero los humanos responden a la misma dinámica de la distinción tradición/milagro que realicé unos párrafos antes. Mari es hierofanía, se va a morir, va a cagar y a coger, podemos decir que dentro de su dimensión de hierofanía atraviesa largos momentos de tradición, de resistencia a lo milagroso, pero de golpe habla, se enamora, da a luz, reza y realiza varias acciones milagrosas, distintivas de cualquier otro ente profano de la esfera biológica. Mari es una hirofanía y, además, es un tradición y milagrosa al mismo tiempo.
En De Libero Arbitrio Agustín dice, mediante la boca de Evodio y como respuesta a uno de sus argumentos, "Es que nosotros deseamos saber y entender lo que creemos (Id quod credimus, nosse et intelligere cupimus)", este cuestionamiento es la base de este texto, deseamos entender y saber en qué creemos porque aquello en lo que creemos nos realiza constantemente. No importa si Dios existe o si el té de ruda evita el mal de ojo, lo importante es que hay una dimensión santa en nosotros que nos es inaccesible y que a la vez define como somos y que hacemos. Esta investigación se queda inevitablemente corta, pero en estos márgenes conceptuales podemos entendernos un poco mejor a nosotros mismos. Mi vecina sabe en que cree y por qué cree en eso, está segura de su fe y, por ende, tiene una respuesta a qué es esa dimensión sagrada en ella, no importa si su respuesta es correcta o no. Yo no tengo respuesta, tengo preguntas, lo sagrado que habita en mí me es tan desconocido como a cualquier objeto sagrado existente. En suma, mi vecina está más cerca que yo de cumplir con la máxima griega fundamental de la filosofía: "Conócete a tí mismo". Ojalá pueda encontrar en algún momento respuestas y estar más cerca de aquello que hoy desconozco, ojalá algún día encuentre lo santo y milagroso en mí, más allá de todo lo profano.
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